Por Eduardo Balán*
De los aspectos más interesantes que está dejando el debate sobre “Vicentín” (en el marco de la pandemia) es la posibilidad de expropiarla y construir una empresa pública no estatal que maneje toda su área de la actividad (la alimentación). Acá les comparto unas modestas impresiones: sería un desafío importantísimo y necesario; es más, para enquilombar un poco, agrego: me parece que ninguna actividad importante de la humanidad debería dejarse en manos de las empresas privadas. No por las personas, sino por la idea misma de “empresa privada”, limitada por el llamado “fin de lucro”. No hay ningún gran mal de la humanidad detrás del cual no haya una empresa privada ganando mucho dinero. No creo que la Bolsa de Valores en New York tenga que determinar nada, pero, menos que menos, cosas como la siembra del año que viene, o el precio de un remedio.
La empresa privada es una institución torpe, vieja, esencialmente envenenada por el mal de la Moral Competitiva, un conjunto de conceptos y procedimientos que obstaculizan la posibilidad de crecer comunitariamente. La Moral Competitiva se basa en usar la debilidad del otro en mi favor y no dejar nunca de hacerlo. Es anti-democrática por definición. No se puede subordinar a esa lógica ni la salud, ni la ciencia, ni la educación, ni el transporte, ni nada. Yo dejaría para la empresa privada actividades como la producción de caramelos o perfumes, por ejemplo. Algo que no sea esencial. Del mismo modo, pienso también que ningún tema importante debería dejarse en manos de instituciones exclusivamente estatales tal como son en la actualidad. Nuestros Estados, nuestra Democracia “representativa” y sus instituciones están reglamentadas en base a la competencia periódica entre “partidos”. Otra vez la Moral Competitiva. No existe un andamiaje comunitario institucionalizado y democrático permanente que no esté determinado por lo partidario. No digo que los partidos no tengan que existir, pero…¿no hay algo raro en la premisa de subordinar todo el debate comunitario a una lógica que te obliga a disminuir públicamente el prestigio de otra institución u otra persona cada dos años, por el solo hecho inicial de que es mi oponente electoral en una general…o en una interna?
Creo que una verdadera Democracia está obligada a diseñar instrumentos superadores de esa lógica; unos que sean de carácter predominantemente comunitarios, colaborativos y trascendentes a la puja partidaria. Una Democracia donde lo Colaborativo subordine a lo Competitivo. Una verdadera y profunda Democratización de la Economía y de la Vida. Intuyo esa pulsión por debajo de todas las grandes luchas sociales actuales. Una institucionalidad distinta, que es perfectamente posible si se mira lo cotidiano desde, por ejemplo, el territorio, el espacio compartido, el hogar, el barrio, los lugares y las necesidades que nos vinculan. Una gran empresa pública, no estatal, con participación de los pequeños productores, las cooperativas, los usuarios, los consumidores y los trabajadores, que produzca alimentos para millones de hogares…¿no es un desafío esperanzador? Encima es posible.
Muchos amigos liberales se enojarán, y lo entiendo, pero deberían revisar en los orígenes del liberalismo aquellas ideas anarquistas y humanistas que también colaron en sus fundadores. Otros amigos peronistas o kirchneristas también criticarán este punto de vista, por no ser tan “estatista”, pero yo me quedo pensando en qué pasaría por la cabeza del querido Juan Domingo Perón cuando escribió esa serie de pensamientos que tomaron forma en el libro “La Comunidad Organizada”, cuando fantaseaba sobre la “integración universal” o cuando dejó por testamento una frasecita tan provocativa como esa que dice “mi único heredero es el Pueblo”…¿no estaría avizorando el final de una era y el comienzo de otra?
* Artista y comunicador popular/ Fundador de El Culebrón Timbal